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Se pasaron

miércoles, 8 de junio de 2011

El chico del Capuchino

Me encontraba en la cafetería como cada tarde, delante de mí, solo un café y un ordenador.

Fue entonces cuando lo vi entrar. Yo era una simple escritora de historias sin final y él tan solo era el chico más perfecto que una persona como yo podría nunca imaginar ver. No era muy alto, ni rubio, ni sus ojos eran claros, no era el prototipo de chico perfecto con un cuerpo de gimnasio, no, su pelo era castaño corto y no mediría más de metro ochenta, si llegaba al metro ochenta, además, sus ojos eran marrones simples pero para mí era lo más perfecto que ni en una película de Hollywood nadie podría llegar imaginarse.
Se acercó al mostrador y aunque estaba de espaldas yo no podía quitarle la vista de encima. Entonces se giró y me miró, algo en mí me advertía de que girara la cabeza y volviera a mis asuntos antes de que aquel perfecto chico con un Capuchino en la mano se diera cuenta de que le miraba fijamente, pero por otro lado no podía dejar de hacerlo, necesitaba seguir mirándolo todo el tiempo que me dejara. Pero entonces pasó, se dispuso a andar y lo hacía hacia mí, fue entonces cuando sí gire mi cabeza y continué en mis asuntos. No habrían pasado ni treinta segundos cuando volví a levantar mi cara para coger el café y lo note sentarse a mi lado, estaba ahí, junto a mí, sonriendo. Lo miré y mientras mis mejillas se sonrojaban él separaba sus carnosos labios para dejar escapar un simple y sencillo hola de su boca. Simplemente sonreí. Soy JJ, continuó y al ver que yo no era capaz de pronunciar ninguna palabra me preguntó por mi nombre. A partir de ahí comenzamos una larga conversación. Yo le conté quien era y que hacía y él simplemente asentía con la cabeza y se reía de vez en cuando. Su sonrisa era como un sueño imposible de alcanzar, era como el final del arco iris.

Pero todo cambió cuando le pregunté por él, por quién era y cuál era su historia. Su sonrisa se apagó y sus ojos perdieron el brillo. La única respuesta que me dio fue que su historia seria demasiado aburrida para alguien como yo, pero insistí y me alegro de ello porque conseguí una respuesta que nunca podría imaginar.
<< ¿Qué tal si me escribes una historia tú y luego la hacemos realidad? >>

Todas las señales que una persona puede dar de vida desaparecieron en ese momento de mi cuerpo, no sabía que decir, ni que hacer, cuando se pegó completamente a mí, me cogió las manos y las colocó sobre el teclado mientras me susurraba al oído que escribiera y no sé por qué mis manos se deslizaron sobre las teclas del ordenador escribiendo la mejor historia que nunca escribí. Sin pensarla, mis manos escribían solas y ni yo misma sabía el qué.

Seguimos allí mezclando sus ideas y las mías hasta que el dependiente nos echó. Salimos de la cafetería y llovía, aunque eso solo hacía más mágica la situación, así que salimos corriendo entre risas conversando por todo el centro de la ciudad mientras la lluvia calaba hasta el último centímetro de nuestra ropa, cosa que no nos importaba mucho a ninguno.

Llegamos a un portal donde se paró y entró invitándome a hacer lo mismo. Era su casa, un pequeño piso de estudiante. Al entrar se veían unos cuantos cuadros colgados en las blancas paredes firmados por él, a la izquierda, una pequeña cocina de estilo francés con un pequeño salón enfrente. En la pared de la derecha del salón se podían ver dos puertas, una era la de su habitación así que supongo que la otra era la de el cuarto de baño.

Me llevó hasta la puerta de su habitación, no era gran cosa, una cama de matrimonio en el centro, una gran estantería llena entera de libros y discos junto a la ventana y un armario empotrado enfrente de la cama, a bueno y un tocadiscos que le hacía de mesita de noche al lado izquierdo de la cama.
Se acercó a la estantería y puso música mientras yo me quedaba parada en la puerta sin saber que hacer, empapada y aún medio asfixiada por las carreras que nos pegamos para llegar a su casa.

Reconocí la canción justo en el momento que comenzó a sonar, era Angel de Aerosmith y sin poder evitarlo comencé a cantar pero él, sin poder evitarlo, comenzó a reírse, se acercó a mí y empezamos a cantar juntos cuales famosos en medio del mayor concierto de nuestras vidas dándolo todo por nuestros millones de fans imaginarios. Todo era perfecto.

Cuando acabó la canción nos tiramos los dos juntos en la cama riéndonos a carcajadas limpias y la respiración entrecortada, me giré hacia él y lo miré fijamente sin parar de sonreír, él me miró y... y salió de la cafetería, si has leído bien y no, no me he equivocado al escribir porque obviamente nada de esto ocurrió, él pidió su capuchino, se dio la vuelta cuando se lo sirvieron y se sentó en la otra punta del café, ni siquiera se dio cuenta de mi presencia, pero yo, yo si que me dí cuenta de la suya. Por lo menos me quedo con que gracias a la tardanza de la camarera tuve al oportunidad de escribir una pequeña historia imaginara sobre aquel chaval del capuchino, una historia que el nunca vivió ni vivirá y que esta ingenua chica del descafeinado desearía vivir.


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